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Tomar un tejón o zorrino muerto de una carretera, con cabeza incluida, espolvorear con harina y hierbas, cubrir con líquido y hervir cinco horas: el estofado perfecto, según un británico que se deleita comiendo animales atropellados.
De gatos a perros, pasando por ratones o zorrillos, Arthur Boyt insiste en que no hay nada mejor que dar con un animal atropellado y llevárselo a su remota casa de Cornwall, en el suroeste de Inglaterra, para despellejarlo, limpiarle las tripas y cocinarlo.
Comer animales atropellados es legal en Inglaterra siempre que se haya tratado de un accidente.
Boyt encuentra los animales él mismo o le avisan los vecinos de Bodmin Moor, la zona increíblemente agreste en la que vive.
Este hombre de 74 años, un obseso de la naturaleza cuya casa está adornada con calaveras de animales y ejemplares disecados, lleva comiendo bichos atropellados desde hace 50 años y cree que más gente debería hacerlo.
“Cuando digo que voy a comerme uno, la gente me dice ‘oh, ¿en serio?’. Yo les respondo ‘pruébenlo y seguramente lo disfrutarán’”, explicó Boyt a la AFP mientras el estofado de tejón burbujeaba en una olla en la cocina.
“El gusto no es un problema, (el problema) es psicológico”.
“Hay que rebasar un límite para comer eso. Tienes que decirte: ‘es sólo carne’”.
Este investigador retirado afirma que su plato favorito es perro -se ha comido dos lurchers y un labrador muertos en la carretera. Insiste en que siempre trató de buscar a los amos antes de comérselos.
Boyt dice que el gusto “suave, redondo, dulce” de la carne de perro es comparable al de la de cordero: “Lo tomaría con vino tinto, posiblemente un Chianti”.
El perro será su carne favorita, pero el contenido de su nevera -un gavilán, una serpiente- muestra que es un hombre de gustos variados.
Tampoco le importa comer carne podrida. Asegura que ha llegado a comerse animales que llevaban muertos desde hacía dos semanas, hasta el punto de tener que limpiar las larvas antes de cocinarlos.
“He comido cosas verdes y olorosas, pero si las cocinas bien, su podredumbre no impide disfrutar de la carne”.
“Nunca me he enfermado comiendo animales atropellados. Hay gente que ha venido a comer y luego se han sentido mal al llegar a casa, pero estoy seguro de que se trató de otra cosa”.
‘¡Glándulas salivales, mmmmm!’
Mientras da los últimos toques al estofado de tejón, Boyt explica que solo come esos platos cuando su mujer, vegetariana, no está en casa.
“Va a ver a su madre una vez a la semana. Si se queda a pasar la noche, es mi gran oportunidad de darme un festín”.
Esta noche tiene un invitado, Daniel Greenaway, de 17 años, que tiene ganas de probarlo.
“Será interesante, me han dicho que está bien”, explica el estudiante de albañilería, sentándose en la mesa.
Boyt destapa la olla y se sirve la cabeza del animal, dejando para su invitado partes menos reconocibles.
Se sirve unas espinacas crudas de guarnición y abre una botella de vino español, de la Rioja, para acompañar la comida.
Greenaway muestra ciertos nervios pero lo prueba y dice: “No está mal”.
Boyt se muestra encantando.
“Es muy tierno, es una carne menos basta, como venado. Es dulce, sabroso, bien aderezado. Aquí está la primera de las glándulas salivales, ¡mmmm!”.
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